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sábado, 25 de abril de 2020

Literatura y Cine: la palabra y la imagen














“La novela es un relato que se organiza como mundo, el cine es un mundo que se organiza como relato”.
Jean Mitry (Estética y psicología del cine)

Al presente, igual que desde su aparición a comienzos del siglo XX, críticos, ensayistas y simples espectadores consideran que el cine es un arte, un medio de expresión nuevo y que, por lo tanto debe ser distinto de la literatura, con una expresividad diferente, otro lenguaje, que incorpora nueva terminología y otro enfoque del arte. 
A diferencia de ellos, aunque en retroceso numérico, otros consideran que el cine es un mero producto de la literatura, sólo una nueva expresión de ella. 

Pero aparece por sobre estas opiniones encontradas, que cine y literatura están íntimamente unidas y condenadas a cruzarse e interrelacionarse. 


El cine ha recibido de la literatura ideas, temáticas, relatos, argumentos, formas y estilos. La literatura, en todo el último siglo e incrementándose en lo que va del siglo XXI, va recibiendo del cine diferentes modos de mirar, una concepción narrativa distinta, que enriquece en los autores literarios, frecuentemente, su mirada y su estilo.
Para ambas artes el objetivo es el mismo: narrar historias, y para ello, cuentan con un recurso básico compartido: la palabra. De hecho, el lenguaje cinematográfico se desarrolló ante el desafío de contar con claridad una historia en un tiempo determinado, sintetizando en una hora de proyección, cientos de páginas que constituyen un guion.

Por ello, las primeras adaptaciones de la literatura al cine se remontan a la época de los comienzos mismos del cine, con los hermanos Lumière, quienes adaptaron el Fausto  de Goethe (1896) y posteriormente George Méliès, en 1899 presenta la primera versión de La Cenicienta basada en la historia de los hermanos Grimm y King John basada en la obra de Shakespeare.
No resulta extraño entonces que desde los inicios mismos de la historia del cine han sido frecuentes los intentos de comparar la calidad resultante entre la obrar literaria y la película a la que dio lugar.
Es indiscutible que el cine tiene que hacer modificaciones de importancia cuando utiliza una obra literaria, como reducciones de tiempo y simplificación de argumentos, y es tal vez por esto que novelas de la magnitud de La Ilíada, La Divina Comedia y Ulises no han logrado ser llevadas al Séptimo Arte, y las versiones que se han hecho de Don Quijote o de algunas obras de García Márquez no han logrado el resultado que merecen.
De ahí que tiempo atrás se afirmara que las mejores películas estaban basadas en obras que no tenían mayor valor literario, y es también ésta la razón por la cual hoy día las series de televisión resultan tan exitosas, porque permiten más tiempo para desarrollar  tanto la historia como los rasgos de cada personaje.

Entre los primeros análisis sobre esta temática se encuentra un interesante ensayo escrito por Virginia Woolf en los años 20 donde comenta, con relación a la adaptación de Ana Karenina de Tolstoi, que el cine debe dejar de ser un parásito de la literatura y explotar sus propios recursos. Woolf habló del realismo de la imagen en el cine y de la capacidad de este medio de abstraer al espectador de su propio entorno, lo que lo convierte de por sí en una entidad propia.
Estos fueron tiempos en los cuales algunos escritores comenzaron a sentir que la literatura podría ser desplazada por el cine. Es obvio que tal cosa no acaeció. Por el contrario se generó un efecto inverso: el cine empezó a influir también en la literatura, y esto se puede percibir aún en la obra de la propia Virginia Woolf.
Entonces ver, analizar y formular análisis del cine usando las teorías literarias resultaba no sólo inadecuado sino que resultaba desventajoso para el film, por lo cual resultaba necesario encontrar otros métodos de análisis que ubicasen al cine en una categoría independiente, con su estética y tecnología propias.
Llegamos al año 1957 en que se publica el libro Novels into film de George Bluestone, el primer tratado académico que fija parámetros respecto a la diferencia entre la novela como medio lingüístico y el cine como medio visual, con su origen independiente, su propio público y distinto modo de producción.
Bluestone dice que “dado que la novela se presta para estados de conciencia y el cine para observación de la realidad, la adaptación de una forma a la otra produce una entidad nueva, completamente autónoma”, confirmando lo que había propuesto Virginia Woolf años antes.
Posteriormente surgieron otras aproximaciones como los modelos narratológicos (Gerard Genette, Roland Barthes) y la adaptación como dialogismo intertextual (que viene de Michal Bajtin) hasta concluir con la teoría más aceptada en este momento que es la de los Polisistemas (Intermediallitat), que utilizan hipótesis más igualitarias, donde se mezclan todos los aspectos artísticos y técnicos que involucra el cine, además de la literatura.
Quedan, entonces, relativizados  comentarios como afirmar que el libro era superior a la película, que el film no profundizó lo suficiente en la psicología de los personajes y que en la pantalla todo pasó muy rápido, dejando lagunas sin resolver.
Pocas veces examinamos a qué obedece este tipo de comentarios, o qué se requiere para que una película cumpla las mismas expectativas que el libro, o si es del todo necesario incurrir en ese tipo de comparaciones dado que se trata de dos medios diferentes.
Para incursionar en esto les proponemos un apasionante ejercicio no sólo intelectual, sino estético y esencialmente  emocional. Sí emocional, ya que de ello se trata el arte.
Vamos a tratar de –sostenidos en el marco conceptual que acabamos de desarrollar- tomar en sucesivas publicaciones una película y la novela sobre la que se basó y hablar sobre ellas.
Los invitamos a participar de la experiencia. Y también, desde ya, a que nos propongan novelas y su versión cinematográfica. Y más aún los invitamos a que posteen desarrollos sobre esta temática. 

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